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Renace el culto a la Virgen del Olvido

Javier Paredes. Catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Alcalá. Madrid y 13 de agosto de 1831, la Santísima Virgen se aparece a una monja jovencísima de veinte años en el madrileño convento del Caballero de Gracia. La monja se llamaba Sor Patrocinio y mantiene con la Reina del Cielo la siguiente conversación:

.- Señora y Reina mía, ¿no veis la España; no veis los males que nos afligen?

.- Hija mía, los veo; pero no puede mi amor ser más benéfico para con los hombres.

Ellos se olvidan de mí y retiran las misericordias; y por esto, a esta imagen le darás el título misterioso del Olvido; para darles a entender, que me han olvidado; pero yo que soy vuestra tierna y amorosa madre, quiero poner a vista de todos los mortales en esta imagen mía, que jamás mis misericordias se apartan de ellos. Y efectivamente, tras manifestarse como una tierna y amorosa madre, la Santísima Virgen le entrega una imagen para que se venere bajo la advocación del la Virgen del Olvido Triunfo y Misericordias. Inmediatamente se envían informes a Roma, y el papa Gregorio XVI autoriza el culto. Los madrileños acuden al convento del Caballero de Gracia y a partir de 1833 aparecen las noticias en El Diario de Avisos de Madrid de los cultos que allí se celebran, porque Madrid se ha convertido en un centro de devoción mariana.

Tales manifestaciones públicas de fe resultan intolerables para el gobierno liberal que impone en España un laicismo sectario, dictado desde las logias masónicas a las que pertenecen los elementos dirigentes de los partidos políticos, que entonces se llaman partido moderado y partido exaltado. Y entre ellos destaca Salustiano Olózaga que propone que su partido deje de llamarse exaltado para denominarse “partido progresista”. Así suena mejor; sin duda, Salustiano Olózaga es listo como pocos, pero también malo como un diablo y un cobarde, porque se esconde detrás los fusiles de la Milicia Urbana para satisfacer sus más bajos instintos. El 9 de noviembre de 1836 saca del convento a Sor Patrocinio acusándola de alta traición porque dice que apoya al carlismo en plena guerra civil. En aquellas circunstancias, por menos se fusilaba a la gente, pero Olózaga ni siquiera la traslada a la cárcel, retiene a Sor Patrocinio en una casa de mala fama de la calle de Almudena que regenta Manuela Peirote. Sin embargo, Sor Patrocinio no cede y por gracia extraordinaria no le va a poder tocar ni el borde de su hábito. Y como el sucio deseo incumplido del cobarde se transforma en venganza, Sor Patrocinio es condenada injustamente a un destierro de más de nueve años por no haber hecho nada, la comunidad de Caballero de Gracia al completo es expulsada del convento, el Estado se apropia del edificio y se vende en una subasta.

Son los años de la desamortización de Mendizábal, esa iniciativa política que definió Menéndez Pelayo como “un inmenso latrocinio”, a lo que hay que añadir que además fue una gigantesca mentira que se transmite hasta el día de hoy en los siguientes términos: La desamortización fue la puesta en explotación de unos bienes improductivos, de manos muertas, para generar riqueza en España, para lo que fue necesario trasladar la propiedad desde la instituciones clericales a manos particulares… Cuando en realidad fue una medida sectaria para despojar a la Iglesia de su patrimonio y repartírselo entre una cuanto ricachones sin escrúpulos.

Las disposiciones desamortizadoras eran esencialmente sectarias, de manera que, entre otras, obligaban a los comparadores de los monasterios que en caso de no derribarlos, si mantenían en pie los edificios para destinarlos a otros usos, tenían que echar al suelo las campanas y quitar de las fachadas cualquier elemento religioso que recordara el uso anterior que había tenido ese edificio. Madrid y septiembre de 1836. Saquean el convento del Caballero de Gracia, arrebatan todas sus pertenencias y el Estado se apropia de la iglesia y del edificio conventuales, 34.027 pies cuadrados que se los entrega a precio de ganga a un francés que se llama Pedro Adolfo Deville en el mes de enero de 1838. Pero Deville solo es un subalterno que, a cambio de unos miles de reales, le da el pase al convento para que se apropien de él los ricos de verdad.

Meses después de adquirirlo Deville traspasa la propiedad y es cuando aparece Gaspar Remisa, la mayor fortuna de España junto con la del marqués de Salamanca, que le compra una parte. Cuando el marqués de Remisa hace esta operación ya está entrado en años y le quedan menos de cinco para ir a la tumba, pero para proseguir los negocios ya están dispuestos los maridos de sus dos hijas. La mayor, María Dolores Remisa, está casada con Jesús Muñoz, el hermano de Don Fernando Muñoz, duque de Riánsares y marido de la viuda de Fernando VII, la reina María Cristina, que convirtieron el domicilio conyugal en una gestoría de negocios, prototipo de la corrupción decimonónica. Y la otra hija de Gaspar Remisa, María Concepción, tampoco estaba mal casada, su marido se llamaba Segismundo Moret, que lo fue todo en política: diputado, presidente del Congreso, en diferentes gabinetes ministro de Ultramar, Hacienda, Gobernación, Estado, Fomento, presidente del Consejo de Ministro y masón, uno de los más importantes de los que ha catalogado Ferrer Benimeli. A la vuelta del primer destierro en 1844, Sor Patrocinio se incorpora a su comunidad que estaba en el convento de la Latina. Seguía siendo abadesa la madre Pilar a la que, tras su muerte en 1849, sucede en el cargo Sor Patrocinio.

Pocos años después Sor Patrocinio marcha con diez monjas a fundar a Torrelaguna y la comunidad del Caballero de Gracia sigue su curso, residiendo de convento en convento hasta encontrar la actual morada de la calle de Blasco de Garay de Madrid, y por eso esa comunidad se puede denominar con toda propiedad Comunidad del Caballero de Gracia, ya que su nombre canónico no se usó ni en los documentos notariales ni entre las gentes del pueblo.

Se le llamó siempre “Convento del Caballero de Gracia”. Y puestos a encontrar una prueba de identificación, ninguna mejor que la del nombre canónico: monasterio de San Jose, de Jesús y María, el mismo que tenía el del convento que derribaron los sectarios en 1838 es el del que se levanta hoy en la calle Blasco de Garay de Madrid. En definitiva, las dos últimas abadesas de las Concepcionistas que residen ahora en la calle Blasco de Garay, las madres Piedad y Gilma, son las sucesoras en el cargo de Sor Patrocinio. Pero para chasco de los Mendizábal, los Olózaga, los Remisa, los Muñoz o los Moret y sus sucesores ideológicos y enemigos de la Iglesia, que daban por enterrada la devoción a la Virgen del Olvido, resulta que se ha avivado.

Nunca se extinguió del todo, pero de ese rescoldo que perduraba desde el derribo del convento en 1838, ha surgido una llama que está poniendo en activo la aparición de la Virgen del Olvido, porque hay quien se niega a desperdiciar tantas gracias como nos trae la Virgen bajo esa advocación tan bella: Olvido, Triunfo y Misericordias. Y en esto están empeñado un buen grupo de madrileños junto con la comunidad del Caballero de Gracia, que reside en la calle Blasco de Garay nº 51-53 de Madrid, donde el próximo martes día 22 de diciembre nos vamos a reunir a las siete de la tarde para rezar el Santo Rosario, asistir a la Santa Misa y cantar la Salve de la Virgen del Olvido, Triunfo y Misericordias y adorar al Niño Jesús de Sor Patrocinio que custodia la comunidad de Caballero de Gracia, actos de culto en honor de la Virgen a los que podrán asistir cuantos lo deseen. Mis queridos lectores, será un placer saludarnos personalmente y, desde luego, estar esa tarde todos unidos –por presencia o por la comunión de los santos- bajo el manto protector de la Virgen del Olvido, Triunfo y Misericordias el próximo 22 de diciembre, antevíspera de la Nochebuena.

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