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Diario YA


 

que, quizás pretendiendo emular a aquellos valientes helenos, han firmado un manifiesto a favor del referéndum separatista.

LOS TRESCIENTOS sacerdotes y diáconos

Manuel Parra Celaya. No, no voy a glosar la figura de Leónidas y sus trescientos espartanos que defendieron el Paso de las Termópilas frente a la invasión asiática de Jerjes, sino a algo más prosaico, vulgar, archiconocido y, qué les voy a decir, repulsivo: a los trescientos sacerdotes y diáconos que, quizás pretendiendo emular a aquellos valientes helenos, han firmado un manifiesto a favor del referéndum separatista.

No es ninguna novedad: la labor de zapa de un sector del clero a favor de la desunión de España viene de muy antiguo; en unos lugares, en connivencia incluso con el terrorismo y, en otros, de una manera pacifista, más sinuosa e igual de constante y tóxica. Por otra parte, no saben mucho de historia reciente de España, o quizás solo la que tergiversa a diario el benedictino de Montserrat Hilario Rager.

No puede decirse que se trate de unos clérigos díscolos ni contestarios, herederos de aquellos curas trabucaires de las viejas narraciones decimonónicas, sino que, en todo caso, son fieles a la obediencia a sus superiores, los obispos que, hace algunas semanas, se expresaron en igual dirección reunidos en un santuario de Tarragona.

Al igual que algunas monjitas angelicales que se expresan con igual unción, nada católica, por cierto, hacia el secesionismo, quizás deslumbradas por lo apuesto de los tenorios Mas, Puigdemont y Junqueras; creo que la última iluminada ha sido la superiora del monasterio de Vallbona de las Monges, en Lérida, que ha ofrecido su sancta sanctórum para instalar urnas.

He calificado el hecho de repulsivo, como católico y como español, de a pie en ambos casos. Y afirmo con rotundidad que ni ellos (clérigos, diáconos, obispos) ni ellas (monjas) son la Santa Iglesia Católica, Apostólica y Romana, de la que formo parte desde mi Bautismo y así será hasta mi muerte: la Iglesia es toda la comunidad de creyentes universal (no sectaria), regida por el Pontífice de Roma y, sobre todo, guiada por el Espíritu Santo.

Pero, compuesta por seres humanos, esta Iglesia es falible en sus miembros en lo temporal y pecadora en muchas cosas, muchísimas; nunca han faltado en su seno simonías, desviaciones, herejías… y tontos del haba; no sé a cuál de estas categorías pertenecerán los separatistas de sacristía (que no de Altar).

Literariamente, me recuerdan a aquel clero vetustense, tan magistralmente retratado por la pluma de Clarín, propenso a la murmuración, al conciliábulo, a la concupiscencia, al orgullo, la vanidad y la soberbia, y, por supuesto, alejado de su teórica función pastoral y desprovisto de caridad cristiana.

Estos clérigos, diáconos, etc. han logrado que la religión ya no forme parte de la vida de muchos catalanes; han conseguido despoblar los seminarios y vaciar de jóvenes las iglesias; eso sí, no tienen problema en ir del bracete con cuperos, feministas y podemitas, que tanto odian al catolicismo y a la Iglesia (a la vez que profesan una extraña predilección por el islamismo).

Lo que no van a conseguir -se lo aseguro- es quitarme la Fe, que intento que cada día sea más recia, quizás porque la acrisolé ante Cristos hechos de tronco, en rústicas capillas en el marco de la naturaleza.

Esta Fe en Dios, en Jesús de Nazaret y en su Iglesia permanecerá firme, a pesar de los firmantes de manifiestos y cucamonas monjiles en televisión.

Ni, por supuesto, me quitarán la fe en España y en su unidad. Amén.

Etiquetas:cataluñaManuel Parranacionalismo