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Diario YA


 

En torno a los sentimientos

La quema de banderas de España y de Francia y de retratos del Rey como una muestra de sentimientos

Manuel Parra Celaya. Alguien –de cuyo nombre no pienso acordarme- ha justificado la quema de banderas de España y de Francia y de retratos del Rey como una muestra de sentimientos exasperados que, en todo caso, deben ser respetados. Porque, si ustedes no lo sabían, eso ocurrió durante la celebración de la Diada el 11 de septiembre en Cataluña, en concreto en la manifestación de la C.U.P., ese partido antisistema que va del bracete de los ex convergentes y de los republicanos de E.R.C. en el Parlament. Entretanto, el Sr. Puigdemont –celoso a su vez por la sombra de la señora Colau- seguía proclamando, en otra manifestación, su procés hacia la independencia, eso sí, en tono más comedido que sus radicales aliados.

No es ninguna novedad; más bien se ha convertido en rutina que se silbe el Himno Nacional, que ardan banderas y retratos del Jefe del Estado y que se sigue anunciando, a bombo y platillo, con toda la luz y los taquígrafos posibles, que el objetivo de unas instituciones del Estado en Cataluña es pasarse por el arco de triunfo la Constitución y cometer una fechoría contra la historia y contra el futuro de las próximas generaciones. Todo ello con la más absoluta impunidad: aquí no pasa nada, ni siquiera el seguimiento periodístico de las andanzas judiciales de los Pujol y Millet, pongamos por caso. La política oficial española –con honrosas y contadas excepciones- mira hacia otro lado, más preocupada por aplastar al adversario y no ponerse de acuerdo con él, frase que parece de actualidad pero que procede de una conferencia de aquel liberal de verdad llamado Gregorio Marañón.

También todo esto lo sabemos de sobra, pero resbala sobre la profunda capa de indiferencia y de abulia, producto de una larga inoculación de estos defectos sobre los españoles. Pero hablemos hoy de los sentimientos como justificación para cometer cualquier tropelía. Podríamos llegar a la peregrina conclusión, por ejemplo, de que cualquier delito calificado como de violencia de género (ya sabemos que sería más correcto decir violencia doméstica o de sexo, pero los ucases lingüísticos se imponen) es disculpable ya que obedece a un estado emocional exacerbado; o que, en otro orden de cosas, llevar a cabo un adelantamiento en raya continua o saltarse olímpicamente un stop merecen el atenuante de responder a un sentimiento incontrolado del momento, imposible de reprimir… De hecho, y no nos hartaremos de repetirlo, los nacionalismos no son más que productos del sentimiento, exasperados o inducidos por oligarquías interesadas o por visionarios enloquecidos.

El influjo de aquellas y de estos sobre las masas es completo, y no hace falta remontarse en el tiempo al diagnóstico de Ortega; bastaría con leer un poco a Goleman o a nuestro José Antonio Marina, pero no creo que ninguno de estos tres autores formen parte de la biblioteca personal de los airados miembros de la C.U.P. ni de la del Sr. Puigdemont. Además –y es oportuno el recuerdo cuando se vuelven a abrir las aulas en plena rebeldía contra la LOMCE- los sentimientos pueden ser inculcados desde la más tierna infancia; es perfectamente posible transmitir, verbigracia, el prejuicio, el dogmatismo, el fanatismo, la credulidad, el resentimiento y el odio desde un sistema de enseñanza entregado graciosamente a los nacionalistas desde hace más de tres décadas. En línea de continuidad con lo dicho, dejemos la palabra al citado Marina: A los cuatro años, los niños ya prefieren su propio país, y el sentimiento de orgullo patrio forma parte de la autoestima muy pronto.

La identidad nacional aparece acompañada de un prejuicio contra las demás naciones, porque los niños necesitan hacer diferenciaciones tajantes, y valorar lo propio como bueno y lo ajeno como malo es un criterio sencillo. O sea, que se lo pusieron a huevo a los sempiternos disgregadores de la unidad española. Así que, por favor, dejemos de especular con si los números de manifestantes en la Diada son iguales o menores a los del año pasado, y tratemos de explicarnos las aglomeraciones a favor del separatismo como sentimiento instigado y, según dijo alguien, merecedor de respeto, sea quemando banderas en plena calle o hablando paladinamente de la desconexión con España. Por mi parte, desde mi españolidad –que no españolismo- apuesto por la razón también en política, porque la inteligencia tiene su manera de amar, como acaso no sabe el corazón.

Etiquetas:Manuel Parranacionalismo