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Diario YA


 

Ha purgado a otro "fascista": Gaspar Melchor de Jovellanos

Manuel Parra Celaya
    Tras la acusación de leso fascismo al Almirante Cervera y al general Weyler, y de la consiguiente represalia de borrar sus nombres del callejero barcelonés, así como la eliminación de la estatua de Antonio López, Marqués de Comillas, y de la supresión de la placa de 1841 al empresario Francesc Puigmartí, entre otras lindezas, los progresistas de Cataluña han lanzado su anatema contra otro personaje histórico: me refiero a don Gaspar Melchor de Jovellanos (1744-1811), asturiano él para mayor inri, porque nos imaginamos que habrá pesado mucho en el castigo carecer del pedigrí que exigen los acólitos de Quim Torra.
    Resulta que en mi ciudad y en mi barrio existía un colegio de Enseñanza Primaria de ese nombre; de su eficacia educativa y buen hacer puedo dar fe, porque a él asistieron mis tres hijos en épocas ya lejanas. En un principio, abría su matrícula especialmente para alumnos cuyas familias podían estar de paso, como miembros de las Fuerzas Armadas y Cuerpos de Seguridad del Estado, funcionarios de la Administración Civil y personal de Consulados; por esta razón, en los primeros tiempos de la inmersión lingüística, la enseñanza se daba prioritariamente en castellano; posteriormente, la cosa cambió, fue entregado a la Generalidad mediante convenio y se convirtió en un centro normal, esto es, totalmente inmerso en la lengua oficial y sujeto a las curiosidades de los experimentos pedagógicos. Pero quedaba el nombre del prócer ilustrado, filántropo y patriota que llegó a presidir la Junta Suprema Central en la Guerra de la Independencia.
    Me entero de que, con fecha de primeros de diciembre, la comunidad educativa, en democrática votación, ha decidido apearle la denominación, debido a la mala imagen (sic) que había heredado el colegio entre los vecinos del barrio (¿). Ahora, en el colmo de la cursilería que suele acompañar a los progresistas y partidarios de renovaciones pedagógicas al uso, se llamará Escola de les Aigües (escuela de las Aguas), no sabemos si menores o mayores…
    Desde luego, se trata de un castigo bien merecido para quien fue un tremendo fascista, representante de la España opresora; entre los partidarios del cambio de nombre no nos extrañaría que figuraran quienes, en su ignorancia supina, lo llamaban los Jovellanos, creyendo que se trataba de una orden religiosa, como las teresianas, los jesuitas o los agustinos…
    Dicen, en cambio, los historiadores que a don Gaspar Melchor de Jovellanos le distinguieron el sentido de la responsabilidad, la conciencia escrupulosa, una viva curiosidad por todo, el patriotismo, la rectitud moral y un puro respeto al deber, características que prueban sobradamente la acusación y la justicia de la medida de eliminar su nombre de un centro educativo.
    Además, Jovellanos tuvo serios problemas con la Inquisición y fue Ministro de Gracia y Justicia hasta su destitución por el abúlico y tontorrón de Carlos IV y sufrió prisión infamante en la Cartuja de Valldomosa y en el Castillo de Bellver. Liberado a la caída del rey, José Bonaparte le ofrece la cartera de Interior, que él rechaza y se pone decididamente al lado de los patriotas que combaten a las tropas invasoras, en tanto que inquisidores, jueces y delatores se pasaban abiertamente al bando de los afrancesados.
    El general francés Horacio Sebastiani le escribe una carta en la que muestra su extrañeza porque él, de ideas liberales y lleno de propuestas para la regeneración de España, haya tomado partido contra Napoleón su hermano. La respuesta de nuestro asturiano es resuelta y sobradamente conocida: Señor General: Yo no sigo un partido. Sigo la santa y justa causa que sostiene mi patria (…). No lidiamos, como pretendéis, por la Inquisición, ni por soñadas preocupaciones, ni por el interés de los Grandes de España; lidiamos por los preciosos derechos de nuestro rey, nuestra Religión, nuestra Constitución y nuestra independencia (…). El deseo y el propósito de regenerar la España y levantarla al grado de esplendor que ha tenido algún día y que en adelante tendrá es mirado por nosotros como una de nuestras principales obligaciones.
    Así pues, problemas con la Inquisición de su época y problemas con la Neo-Inquisición del progresismo en la nuestra; problemas con el poder político en su momento y nuevos problemas con el poder político nacionalista hoy en día.
    Como tantos otros, cuyos nombres son implacablemente borrados de nuestra historia y, especialmente, de la enseñanza a las nuevas generaciones de españolitos que pasan por las aulas, para los cuales no debe existir otra memoria que la que decretan los inquisidores encaramados en los sillones del poder.
    Parecen adecuadas, en este momento histórico, las palabras que Jovellanos escribió para sus inacabadas Memorias: Y aunque es para mí muy dulce la esperanza de que mi nombre no quede sepultado en el olvido, no es porque crea que será celebrado con aplauso, sino recordado con lástima y ternura.
    No solo con lástima y ternura, sino con la aclamación rotunda de quienes nos oponemos a que una nueva inquisición, a que los ignorantes y los aviesos sepulten en el olvido a tantos españoles que consideramos adelantados en el propósito actualísimo de levantar, de entre las ruinas de esta España inculta y manipulada, los cimientos de otra España, regenerada de raíz y verdaderamente ilustrada.
 

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