Principal

Diario YA


 

EL VERDADERO PROBLEMA

El paro, los políticos y la corrupció

La última encuesta del CIS -a la que daremos credibilidad para no pecar de suspicaces- dice que los principales problemas que detectan los españoles son, por este orden, el paro, los políticos y la corrupción. Se me ocurre que, descontando la primera preocupación, terriblemente real con esos tres millones y pico de ciudadanos sin trabajo, la segunda y la tercera podrían subsumirse entre sí, siempre que entendamos corrupción, no solo en lo referente a los trapicheos económicos y a la manía de echar mano a las arnas públicas, sino también -como dice la RAE en su cuarta acepción, vicio o abuso introducido en cosas no materiales.
    Incluso la cosa tiene más sentido si buscamos los significados del verbo corromper; en este caso, todas las acepciones son aplicables al caso, pero, especialmente, la segunda: Echar a perder, depravar, dañar, podrir, perfectamente aplicables a la acción de esos políticos que preocupan sobremanera a los encuestados.
    No deja de ser curiosa, sin embargo, la escasa inquietud que siente la ciudadanía por la integridad de la nación, constantemente sacudida y amenazada, con más o menos virulencia y agitación callejera, larvada o manifiesta, por los nacionalismos separatistas (clara redundancia, en realidad); parece que se haya vuelto a apagar aquella llamarada de patriotismo que sacudió a todos y cada uno de nuestros puntos cardinales en las jornadas más candentes del procés. Acaso tenemos mala memoria o escasa información actualizada al respecto; basta con observar los grandes carteles instalados en las estaciones del metro de Barcelona: Ho tornarem a fer (“Lo volveremos a hacer”), así, sin tapujos…
    En todo caso, esa preocupación por los políticos reflejada por el CIS encierra, a mi modo de ver, un defecto de enfoque de muchos españoles, porque, tras esa desazón, se oculta nada menos que el problema de España, que no ha sido creado -seamos justos- por la actual clase política, pero sí que ella contribuye a agravar día a día con sus actitudes, palabras y hechos.
    El problema de España no parecía existir, por ejemplo, por el voluble Calvo Serer, pero sí para el Laín Entralgo, falangista en los años 50 del pasado siglo, siguiendo la estela y el patriotismo critico de tantos y tantos preclaros pensadores de antaño. Nuestro autor lo resumía con las siguientes palabras en el prólogo de su monumental obra: La cultura española (…) en cuanto empresa nacional, y sin mengua de tal o cual acierto aislado, no ha conseguido resolver de modo armonioso y continuo las varias antinomias operantes en el cuerpo vivo de nuestro país; antinomias entre instancias sociales vivas y acuciosas, no entre fórmulas doctrinales abstractas; proclamadas y esgrimidas, por tanto, con apasionada pretensión de exclusividad.
    Por lógica, no es el momento y el lugar de rescatar de aquella posterioridad de la historia lo que sostenía nuestro intelectual, que se consideraba a sí mismo como hombre pontificial, esto es, con vocación de tender puentes, por reducir a comunidad la dispersión, pero quizás sí de concretar de forma abreviada cuáles son las expresiones más evidentes de ese problema español a que nos referimos en la actualidad, y sin cuya resolución mal podemos responder a los grandes y graves retos que tenemos en puertas, tales como reafirmarnos  hacer frente a la mundialización, sin  dejar de aceptar sus presuntos beneficios; cómo contribuir a la construcción de una patria europea sin menoscabo de las primigenias patrias encarnadas en los Estados-nación; cómo avanzar en transformaciones sociales y económicas que impliquen una mejor justicia; cómo avenir unidad y variedad de España, visto el fracaso de la fórmula autonómica aplicada; cómo armonizar a los españoles entre sí, por encima de apasionamientos viscerales a favor de la imprescindible e ineludible tradición esencial y por las también imprescindibles e inexorables puestas al día que requieren otros tiempos y otras cuestiones.
    Y, como desafío fundamental y básico, cómo armonizar al hombre español consigo mismo y con su entorno, empezando por el de su dimensión trascendente, en línea de esa constante de nuestra historia. En una palabra, la solución estriba en  renacionalizar España y rehumanizar al español, en sus necesidades materiales, culturales, éticas, cívicas y religiosas.
    Mientras los políticos no se afanen en esta tarea y se vuelquen de lleno a esta misión histórica, seguirán figurando como preocupación -por sus carencias, ineptitud o egoísmos partidistas- en cualquier sondeo demoscópico entre los españoles pensantes. 

Manuel Parra Celaya