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Diario YA


 

El Kongreso cadavérico de los “tomb raiders”

Laureano Benítez Grande-Caballero

A pesar de mi inveterada aversión a las modernidades tecnológicas --aversión que seguramente es habitual entre la gente de mi edad y formación--, he de confesar que hace ya muchos años hice dos brevísimas --y fracasadas, por supuesto--  incursiones en el mundo de los videojuegos: uno trataba sobre Pompeya, que estaba estupendamente reconstruida, pero me quedé en la segunda pantalla, cuando me topé con un burro que no me dejaba pasar a menos que hiciera algo que nunca supe descifrar; el otro era el inevitable y famosísimo “Tomb  Raider” --que significa “el asaltante de tumbas”--, en el cual me sumergí unos minutos, sin que tampoco lograra pasar ninguna pantalla.
“Tomb Raider”… ¡quién me iba a decir a mí que, al cabo de los años, me iba a encontrar escribiendo un artículo sobre asaltantes de tumbas! ¡Y quién me iba a decir a mí, en mis años de socialista, que en él iba a clamar, una vez más, contra la horda luciferina que pretende profanar la tumba del Caudillo!
Con cierta frecuencia reflexiono sobre qué destino me ha hecho vivir en un país cuyo Gobierno tiene como proyecto estrella el ultraje a la figura de un eximio estadista que libró a España de una salvaje dictadura comunista, que salvó a la Iglesia católica del exterminio, y bajo cuyo egregio mandato España vivió su época de mayor orden, paz, progreso y prosperidad.  Siempre he sabido que España rima con esperpento, que nuestra Patria ha engendrado arlequinadas y astracanadas, pero que ahora seamos el país de los “tomb raiders” es un hecho que me produce --además de indignación--, un soberano pasmo.
Y ahí los tenemos, en el Kongreso de l@s diputad@s, donde no ha habido una sola señoría que haya votado en contra de la sacrílega exhumación, a pesar de que el 56% de los españoles están en contra de ella, y entre el resto son además mayoría los que opinan que éste no es el  momento más indicado para llevarla a cabo.
Kongreso de meapilas, de cantamañanas, de paniaguados del Bafomet, que aplauden a rabiar con espumarajos de placer la profanación de un cadáver, en contra de la voluntad de su familia, en contra de todas las leyes nacionales e internacionales, en contra del derecho natural, de la Constituta, de las ordenanzas que dicta el más elemental sentido común. Hasta el hombre de Neanderthal tenía más educación, más sensibilidad, más humanidad que estos malandrines, engendrados en las negras cunas de Monte Pelado, surgidos de una maligna simiente, a cuyo frente se encuentra el Gran Arquitecto del Gran Golpe de Estado.
Kongreso cadavérico, aquelarre de íncubos y súcubos, kermesse de endriagos y brujas volanderas, donde se besuquean bolivarianos de feria, donde se acumula la escoria de 40 años de dictacracia, plena de adefesios rastafados, de hierofantes cornamentados, de chupasangres y sacamantecas, de ramasantas draculones, de vampiros y mortífagos… hatajo de felones, infierno de kobardes, barra brava de “tomb raiders” escenificando “pesadilla en san Jerónimo’ Street”.
Kongreso donde bravuquean los asaltafincas y los Bódalos; donde vivaquean las cucarachas, donde un Gobierno Frankestein crea monstruos en las logias del globalismo luciferino…
Antaño honraban sus escaños personajes ilustres, como rectores de universidades, jerarquías militares, presidentes de colegios profesionales, personas que hubieran hecho un servicio de especial relevancia a la Patria, directores de instituciones empresariales, etc… y miren hoy esas bancadas rebosantes de cochambre, de mugre, de sudor miliciano, de rufianes, de descamisados, envueltos un número no desdeñable en sus mandiles, ahítos de mala educación, de hispanofobia, que incluso levantan el puño jugando a cheguevaritas…
¿Cómo salvaremos esta nefasta pantalla que está bloqueando nuestra Patria? ¿Cómo acabar con este videojuego luciferino? ¿Tendrá que anegar un tsunami perfecto --como un Vesubio en apogeo-- a esta patulea de asaltadores de tumbas? ¿Cómo apartar a esta rehala de asnos que mancillan nuestra Patria?
La maldición de Frankhamón ya les está machacando, por supuesto, pero hay más: porque en una pantalla de este videojuego a lo “Tomb Raider” tendrán ellos que salvar la Cruz del Valle de los Caídos, custodiada por la flor y nata de las huestes angélicas, escala prodigiosa parecida a la de Jacob, por la que suben y bajan los héroes de la Hispanidad que han desenterrado imprudentemente de sus tumbas estos “tomb raiders”: requetés insepultos, mártires portentosos, falanges invencibles, tercios indomables regurgitados de tiempos imperiales, bravíos guerrilleros, cruzados inmemoriales… Sí allí están, redivivos, defendiendo la tumba de Franco, espartanos en flor, custodiando la mayor Cruz del mundo.
Allí tendrán su Pompeya y su Ebro, su Bailén y su Covadonga, su 2 de mayo y su 1 de abril. Allí tendrán su Armageddón.