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Diario YA


 

El Hoyo, la distopía cinematográfica española que ya es un éxito

La distopía, pese a llevar muchos años de moda, es una temática poco explotada por el cine español, aunque parece que eso está cambiando. El Hoyo, la ópera prima de Galder Gaztelu-Urrutia, ha triunfado en el Festival de Toronto y en el de Sitges, y parece que va a marcar un antes y un después en cómo se trata este género en el cine español.
El argumento del film se fundamenta en una especie de estructura vertical de grandes proporciones, dividida en cientos de niveles, y en cada uno de ellos conviven dos personas, que no se conocen de nada, durante treinta días. La única fuente de alimentos es una especie de plataforma que va desde lo más alto, el primer nivel, hasta lo más bajo, el último. Inevitablemente, los niveles más altos de la macroestructura tienen a su disposición toda la comida que quieran, mientras que los de abajo pueden pasar sin probar ni un solo bocado los treinta días que dura el ciclo hasta que las posiciones cambian de nuevo y, con algo de suerte, las dos personas puedan ir a uno de los niveles superiores.
La película plantea la pregunta de qué sería capaz de hacer un ser humano cuando no tiene comida, y la forma en la que transcurre el tiempo entre estas dos personas es crucial a la hora de entender el mensaje que quiere transmitir Gaztelu-Urrutia. También tiene especial relevancia el hecho de que cada uno de los habitantes de esta tenebrosa habitación puede llevar consigo una sola pertenencia, que bien seguro podría marcar la diferencia a la hora de sobrevivir.
Con esta premisa (muy atractiva, por cierto) El Hoyo se metió en el bolsillo a los asistentes al Festival de Toronto y al Festival de Sitges. Además, en este último consiguió posicionarse como el primer filme español en ganar el festival. Y aunque El Hoyo todavía está siendo emitida en cines, muy pronto todos los abonados a Netflix podrán disfrutarla en sus terminales, pues la gran compañía de entretenimiento audiovisual parece haber visto el filón y ha adquirido los derechos.
No cabe duda de que el mensaje de la película es fundamental en el tiempo que vivimos, y la agobiante aventura que protagoniza Goreng (Iván Massagué) tiene una clara finalidad moral. Goreng afirma haber entrado voluntariamente en esta especie de juego distópico para conseguir un título homologado, dejar de fumar y leer El Quijote, que es la pertenencia con la que ha elegido entrar en la macroestructura. Lo que no sabía el protagonista es que conviviría con criminales que cumplen condena, ni las horrendas condiciones con las que tendría que lidiar.
A grandes rasgos, el universo de El Hoyo se conforma por un mundo hostil, en el que los habitantes tienen que luchar para sobrevivir. Existen tres tipos de personas: las que están abajo, las que están arriba… y las que saltan, aquellas que no son capaces de soportar la prueba que plantea el tenebroso edificio. Parece que Gaztelu-Urrutia, al igual que hacen otros grandes del género distópico, nos habla de un mundo en el que los recursos se reparten entre unos pocos, sin solidaridad alguna, y cuando alguien alcanza los niveles más altos, se olvida muy rápido de los malos tiempos que pasó cuando estaba abajo.
Puede que muchos piensen en la diferenciación entre ricos y pobres de una forma alegórica, pero lo cierto es que parece más enfocado en una especie de egoísmo colectivo. En el filme, todos tienen las mismas oportunidades y solo el azar es el que dice si estás arriba o abajo. Esto podría distanciarnos de una posible metáfora entre clases, pues en el mundo real, en muchos casos, desde tu nacimiento te sitúas en un lugar privilegiado o precario.
El género distópico ha atendido siempre a una elucubración por parte de los creadores, bien sean escritores, directores o ilustradores. Estos creadores lanzan hipótesis partiendo de la realidad que nos rodea y hablan de cómo creen que podría evolucionar nuestra sociedad. El género ha ido creciendo progresiva pero imparablemente durante los últimos años, aunque tuvo un auge especial durante el siglo XX con obras como 1984, de George Orwell, Un mundo feliz, de Aldous Huxley o Fahrenheit 451, de Ray Bradbury.
En la actualidad, el cómic y la novela gráfica han ganado mucho protagonismo a la hora de lanzar hipótesis distópicas. Un claro ejemplo reciente es el cómic creado por Zachary Kaplan y Giovanni Timpano, Eclipse, que salió al mercado hace unos meses y se ha convertido en todo un éxito. En él se desarrolla también un argumento apocalíptico, en el que un día el sol experimenta una fulguración y castiga a los terrícolas. Kaplan ha contado en diversas entrevistas que la inspiración le vino trabajando de crupier en un casino. Además de haber vivido de jugar al póker, Kaplan estudió para ser guionista de cine y televisión en la Universidad del Sur de California. Durante el tiempo que ejerció como crupier, trabajaba por la noche, rodeado de mesas de juego y máquinas tragaperras, y volvía a casa conduciendo mientras veía cómo amanecía. Según el autor, esta fue la principal inspiración para Eclipse, pues tenía la sensación de estarse escondiendo del sol cada vez que aparecía.
Cuando echamos un vistazo a las principales distopías, tanto en el ámbito cinematográfico como en el literario, podemos distinguir motivaciones comunes, preocupaciones existenciales de los creadores que están claramente fundamentadas en la sociedad que nos ha tocado vivir: el egoísmo, la codicia, el auge digital, la despersonalización de las relaciones, la desigualdad, etc.
Como dijo Aldous Huxley: “Una obra sobre el futuro puede interesarnos solamente si sus profecías parecen destinadas, verosímilmente, a realizarse”. Y parece que El Hoyo tiene mucho de hipótesis y de reflexión moral.