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Diario YA


 

El balcón abierto de Federico García Lorca: toda la verdad sobre su muerte

Laureano Benítez Grande-Caballero
Extraído de su libro EL HIMALAYA DE MENTIRAS DE LA MEMORIA HISTÓRICA
El pasado día 18 de Agosto, los rojos hicieron un homenaje a García Lorca, en un acto trufado de desmemoria histórica, la cual tiene una fijación especial por los tantorios, por las morgues, por los cadáveres y las momias, que utiliza a su antojo, o para profanarlas ―si son del enemigo―, o para utilizarlas alevosamente para sus akelarres frentepopulistas.
Además de la manipulación que consiste en hacer pasar por víctimas inocentes a asesinos consumados, a torturadores implacables, otra forma de adulterer la realidad es atribuir a los franquistas crímenes de los que, o no son responsables, o su responsabilidad está muy mediatizada por otras circunstancias.
Como ejemplo de esto, tenemos la tergiversación con la que se ha manipulado la muerte de García Lorca. Vamos con la verdad de este supuesto «mártir» de la libertad.
En la madrugada del 17 de agosto de 1936, García Lorca fue fusilado, junto al maestro republicano Dióscoro Galindo y los banderilleros Francisco Galadí  y Joaquín Arcollas, en un pago perteneciente a Viznar, en la provincia de Granada.
Este asesinato, al tratarse de una eminente figura artística, conocida en todo el mundo, ha dado pábulo a una verdadera leyenda, trufada de misterio, de secretismo, de oscuridad y, como no podía ser menos, de manipulaciones interesadas.
¿Quién mató realmente García Lorca, y por qué? Para responder este interrogante, los propagandistas rojos —con el ínclito Ian Gibson al frente—, como es habitual, no ofrecen una documentación seria, un estudio riguroso de los hechos, basándose en testimonios contrastados, sino que se inventan un Himalaya de hipótesis, fantasías, imaginaciones, delirios antifranquistas y mentiras concatenadas.
De sobra es conocida la macabra tendencia los rojos a utilizar muertos, momias y tumbas para sus perversos propósitos de adoctrinamiento, insertándolos en fabulosas cadenas de mentiras que se transmiten pasmosamente de generación en generación.
Es el culto a Tanatos, que lo mismo pone a votar a un muerto, que se inventa historias novelescas y totalmente falsarias sobre un cadáver que le interesa especialmente por su popularidad, haciéndolo víctimas de torturas, de conspiraciones, de vejaciones, usándolo sin ningún recato como herramienta para conseguir votos, o para fabricar una mentira más para su ominosa memoria histórica.
Aunque la pléyade de cadáveres en las barrancas del Himalaya de mentiras es muy extensa, la palma cum laude se la lleva, sin duda ninguna, el asesinato de Lorca, esgrimido con una universalidad y un descaro solamente comparables al embuste del bombardeo de Guernica.  Esto es así, hasta el punto de que no hace muchos años un conocido comunicador del PSOE  pidió el voto para su partido para «evitar votar a “los asesinos de García Lorca”». (sic) Impresionante.
Es completamente normal que por el Himalaya de mentiras también hayan despeñado el cadáver del poeta granadino, porque no podemos olvidar que hay mucha gente que vive del cuento de Lorca, de buscar su cadáver en los pozos de Viznar, de utilizarlo como propaganda roja para dar una vuelta de tuerca más al genocidio franquista, con la particularidad de que la momia de Lorca vende mucho fuera de España, por lo cual es una formidable publicidad contra la memoria de Franco.
Naturalmente, cuando la lobotomización roja se vuelca tanto en un hecho para arrojarlo como  arma contra el régimen de Franco, inmediatamente hay que sospechar que la historia que nos cuentan está ferozmente adulterada, y más tratándose de una figura reconocida internacionalmente como el poeta de Fuentevaqueros, una mina de oro que le ha proporcionado pingües réditos al marxismo cultural. Y también es legítimo sospechar de una historia que sido contada hasta la saciedad mediante una versión sostenida unánimemente por la historiografía marxista, de nula querencia por la verdad cuando ésta no favorece sus intereses adoctrinadores.
Justamente esta investigación documental y testimonial que jamás han hecho los voceros del rojerío es la que han acometido los autores Miguel Caballero y María Pilar Góngora, en su libro La verdad sobre el asesinato de García Lorca.
Miguel Caballero es un gran experto en el tema de la muerte de Lorca, pues no en vano ha escrito sobre el tema otro libro, con el título de Las 13 últimas horas en la vida de García Lorca. En sus investigaciones, recogió, analizó y filtró cuidadosamente los testimonios de Emilio Molina Fajardo, testigo de excepción de los hechos —pues conoció a las personas involucradas en la muerte del poeta—, destacado falangista granadino que estudió en profundidad el caso de Lorca con el fin de desvincular de él a la Falange. Las investigaciones de Molina Fajardo fueron publicadas póstumamente por sus familiares en un libro.
En su peripecia investigadora, recogió casi medio centenar de testimonios de algunos de los implicados en el caso, de los cuales Miguel Caballero se ha quedado como absolutamente fiables con solamente una decena, en base a su contrastación con otros documentos de la época. La clave para su fiabilidad es tener en cuenta que estos testimonios pertenecen a cinco personas distintas que no se conocían, que hicieron sus declaraciones en épocas distintas, a pesar de lo cual sus testimonios coinciden.
Basándose en estas fuentes documentales, los autores reconstruyen con detalle las circunstancias que rodearon el asesinato del poeta, llegando a la conclusión de que el poeta no fue fusilado por sus ideas políticas, ni por su condición de homosexual, sino por odios familiares.
El padre de Lorca —prestamista— tenía unas intensas y continuas luchas de poder con los Roldán, y asimismo con la familia Alba, la misma a la que Lorca hace protagonista en su drama rural La casa de Bernarda Alba, a la cual describe con tintes de oscuridad y crueldad. Esta obra no hizo sino exacerbar las inquinas y el odio contra él.
En el mismo agosto de 1936 se produjeron dos irrupciones en la Huerta de san Vicente —casa de veraneo de la familia Lorca—, llevadas a cabo por los hermanos Miguel y Horacio Roldán, primos del poeta. En el drama lorquiano destacan un conjunto de personajes entrelazados por relaciones familiares y cuitas pendientes, que provocaron el fatal desenlace:
«La muerte de Lorca fue una concatenación de causas. No se descartan las políticas, pero la causa principal fueron las rencillas familiares. La detención en casa de los Rosales fue llevada a cabo por Ruiz Alonso, Martín Lagos y Juan Luis Trescastro, cuya mujer era prima del padre del poeta. Este Trescastro era militante de Acción Popular, al igual que los hermanos Roldán, y trabajaba como abogado para esta familia. Por último, en el pelotón de ejecución del poeta se encontraba Antonio Benavides Benavides, compadre de Trescastro, primo de los Roldán y sobrino nieto de Matilde Palacios Ríos, la primera mujer del padre del poeta. Federico García tuvo disputas judiciales con su anterior familia política a costa de la herencia de Matilde Palacios. El hecho de haber sido secretario personal de Fernando de los Ríos y su compromiso con la República influiría en su asesinato, pero esa simplificación de por "rojo y maricón" hoy no cuela. Mantengo que no era rojo, pero sí un ferviente republicano».
La ejecución fue ordenada por Velasco Simarro,  teniente coronel de la Guardia Civil y mano derecha del gobernador Valdés Guzmán, el cual se aprovechó la ausencia de éste para ejecutar la sed de venganza de la familia Roldán.
Como es de suponer, esta versión documentada de la historia no gustó ni a su familia ni a la historiografía marxista,  porque los ajustes de cuentas restan épica e idealismo a la muerte del poeta, y no son canjeables por más «trágala» de la memoria histórica.
Estamos, pues, ante una vendetta más de tantas como se desarrollaron en la España de aquel tiempo, ante una historia de venganza perfectamente homologable con las que se desarrollaron en muchas localidades españolas durante la contienda fratricida, aprovechada como coartada para ajustar cuentas con aquellos con los que se tenían rencillas pendientes, pues en el estallido de violencia de aquel tiempo se camu-flaban sin problema el robo, el asesinato, la delación y la venganza.
Apelando a ideales guerreros, escondiéndose en el fragor de una sociedad desmoronada donde la ley y la ética apenas significaban nada, se aprovecharon esas circunstancias excepcionales para saldar deudas, vengarse de afrentas, resarcirse de injurias, satisfacer los resentimientos, y de paso confiscar propiedades ajenas que se codiciaban… porque bajo la fanfarria y el estruendo de las causas políticas, de la lucha contra el enemigo, lo que latía era la codicia, el odio y el miedo.
«Si muero, dejad el balcón abierto. / El niño come naranjas. (Desde mi balcón lo veo). / El segador siega el trigo. (Desde mi balcón lo siento). / ¡Si muero, dejad el balcón abierto!