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Diario YA


 

a pesar de que la primera enmienda de la constitución de Estados Unidos establece una radical separación entre Iglesia y Estado

Dios, presente aún en los billetes de dólar

Juan García.

Como es sabido, el Concilio Vaticano II proclamó el carácter positivo y global del laico en la vida de la Iglesia y de la sociedad. Se define con claridad su misión específica, que participa del llamado sacerdocio común de los fieles –de los tria munera‑, pero netamente diverso del sacerdocio ministerial.

El laico es –en feliz expresión, con raigambre patrística, del futuro san Josemaría Escrivá de Balaguer‑ “sacerdote de su propia existencia”, capaz de cumplir su tarea con identidad propia, sin ser longa manus de obispos y presbíteros. Un cometido ajeno, por tanto a lo clerical, hasta el punto de que hablará de un “anticlericalismo bueno”, que protege también la identidad y el compromiso del sacerdote.

Este es quizá el núcleo de la cuestión, más allá de soluciones políticas y jurídicas. Nadie se extrañó hace unos meses del mensaje de Navidad tan cristiano del premier británico Cameron; entre otras razones, porque el viejo parlamentarismo británico es compatible con una débil confesionalidad del Estado, que pervive en pleno siglo XXI. Recuerda otra experiencia anglosajona: la primera enmienda de la constitución de Estados Unidos establece una radical separación entre Iglesia y Estado, pero hasta el Presidente habla con normalidad de Dios, presente aún en los billetes de dólar. Muy contrario a lo que sucede en nuestros país donde se suceden hechos de “anticlericalismo del malo”.