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Diario YA


 

DE CONVERSOS Y CATECÚMENOS

 MANUEL PARRA CELAYA   Son dos términos de inequívoca procedencia religiosa -mal que les pese a los deconstructores del lenguaje-, pero que, sin embargo, han pasado al mundo de la política y que, en estos agitados días de Cataluña, encuentran fácil aplicación y acomodo al confuso y agresivo ámbito del secesionismo.
    Un observador poco meticuloso suele echar la culpa, con mohín despectivo, a esos catalanes; también, los medios, que son -interesadamente- bastante chapuceros, hablan del separatismo de Cataluña. Por supuesto, discrepo de la opinión desdeñosa del primero y de la simpleza de los segundos, y elijo otro enunciado: el separatismo en Cataluña, porque ahí entra con pleno derecho la figura del converso.
    Corre por las redes un vídeo, divertido en lo que cabe, en que una señora de edad avanzada, con expresión crispada, se define a sí misma como separatista convencida; a la pregunta del locutor sobre sus orígenes, contesta orgullosa que es ¡de Albacete! No sé si el vídeo es real, pero me inclino a apostar que sí, porque son innumerables los oriundos de los más variados lugares de España que han profesado la nueva pseudorreligión del nacionalismo disgregador y sus dogmas, y aquí cobra más sentido incluso la procedencia religiosa mencionada.
    Como experiencias personales, diré que la única discusión callejera de tono elevado que he sostenido en Barcelona fue con un energúmeno de inequívoco acento extremeño; asimismo, cada día suelo cruzarme con un abuelito que lleva a sus nietos al colegio y les habla en un catalán forzado, entremezclado de palabras en castellano y con un clarísimo deje andaluz; hasta aquí, santo y bueno, si no fuera porque el abuelo en cuestión luce un esplendoroso lazo amarillo. También tenemos como personajes público y notorio a un madrileño, diputado por más señas, convertido en adalid de la causa separatista, y en el balcón del Ayuntamiento barcelonés un edil argentino forcejeó con un edil del PP para arrebatarle, crispado, una bandera española.
    En contraposición, varias personas desconocidas que me han abordado en plena calle para congratularse de mi bandera española en la solapa se han expresado en un perfecto catalán, y, como es lógico, en catalán les he agradecido su simpatía.
    Volviendo al universo de los conversos, sumemos a estos españoles que se niegan ahora a serlo, a algunos magrebíes, subsaharianos y pakis (con perdón de la señora Colau), que han participado en las tumultuarias manifestaciones y protestas con la estelada como capa al viento, y, entre las fuerzas de choque de aquellas, la prensa ha señalado la presencia de numerosos menas (menores no acompañados), que, según las mismas informaciones, tratan de ajustar cuentas con la policía, sea autonómica o nacional.
    Existe para toda esta suerte de personajes una expresión lamentable y que, no obstante, puede ser apropiada: estómagos agradecidos, que, además, tiene otra explicación de carácter psicosociológico: el poder de la masa. Yo prefiero, con todo, la palabra que he empleado en un principio, conversos, porque su fanatismo es propio de quienes se han enganchado a una nueva fe y, como todos los conversos de la historia, tienen que demostrar la firmeza de sus nuevas convicciones, aunque sea a costa de emplear la saña con quienes comparten origen de nacimiento más allá del Ebro o del Estrecho.
    Me queda por comentar el segundo término, el de catecúmenos, y aquí puede incluirse a cualquier joven procedente de las aulas que unos irresponsable o ruines transfirieron a manos autonómicas, aun sabiendo que esto equivalía a ceder la educación a los enemigos de la unidad de España. Son estos jóvenes que nutren -junto a los menas aludidos- las filas de la kale borroka de estos días, quienes, con sus pasamontañas tapando el rostro, golpean a los policías, les tiran piedras o botellas, forman barricadas, incendian contenedores, vehículos particulares y mobiliario urbano, llenan el suelo de canicas enjabonadas o lanzan cohetes para derribar helicópteros.
    Para ser justos, no vale generalizar: existe un amplio sector de docentes profesional, que no llena de veneno separatista sus lecciones, pero también son numerosos quienes, desde las llars d´infants a la Universidad, pasando por la Primaria, la ESO y el Bachillerato, no han cesado, en más de treinta años, de predicar la maldad intrínseca de España y la conveniencia inexorable de la separación; ellos son los que han puesto, junto con los políticos del procés, en las manos de los jóvenes la mercancía incendiaria que ha asolado nuestras calles.
    Los conversos quizás se vayan aplacando y regresando a sus raíces con el tiempo, cuando vean que los separatistas los siguen considerando charnegos, salvo excepciones nada honrosas de perseverantes en el dogma secesionista; el catecumenado próximo precisará de otros treinta años en que el adoctrinamiento ceda paso a la objetividad profesional y técnica de los educadores. Pero, para ambos casos, hace falta que exista un Estado español digno de este nombre.