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Diario YA


 

¿Arquitectura religiosa o anónima?

Padre Jaubert. 6 de Septiembre.

Desde hace décadas, hay palabras que se han convertido en recurso habitual dentro de la terminología eclesial al uso. Identidad es una de ellas. Se afirma que existe una crisis de identidad en los sacerdotes y en los religiosos y, ciertamente, por lo menos en la obligada por los cánones del derecho indumentaria, no hay quien los identifique, pero de este tema ya escribiremos otro día. La verdad es que antes era fácil describir el conjunto de las características que debían adornar a personas u objetos que tuvieran que referirse a temas religiosos católicos. En el pasado no tan lejano, cualquier niño en el colegio era capaz de pintar en su cuaderno un cura o un templo. En nuestro tiempo, se lo hemos puesto muy difícil. Y es que, haciendo un juego de palabras de una misma etimología, porque sufrimos una pérdida de identidad no se identifica lo católico porque lo presentamos idéntico a los que no lo es. Todo un proceso contrario a los primeros cristianos que, en cuanto pudieron, definían su identidad por una diferenciación crítica con el entorno pagano.
 
Todos los días, al finalizar la celebración de la Santa Misa a los frailes de la Divina Providencia, a la salida de la casa religiosa de esta comunidad, me topo con un gran edificio que tiene todos los ingredientes externos de un templo actual. El problema reside en que es la piscina municipal con algunas vidrieras. Ya ha habido visitantes que han cometido el error consabido de entrar para informarse de los horarios de culto, sin llegar al extremo de pensar que la gran piscina podría ser un moderno recipiente dedicado al sacramento del Bautismo.
 
La rica simbología del pasado arquitectónico en lo religioso se ha disuelto en una amalgama sincretista mundana capitaneada muchas veces por técnicos sin Fe o cuando menos sin profundizar en lo que debe significar un espacio sacro. La pérdida externa de todo aquello que tiene que ver con lo sagrado aparece reflejada en la concepción de las nuevas edificaciones dedicadas al culto que, en realidad, están concebidas solamente en orden a la reunión de la asamblea, olvidando otros componentes esenciales a tener en cuenta para ser fieles a lo que la Iglesia ha pretendido, en su dilatada historia, con respecto al uso del templo.
 
No entro en la orientación, término que deriva de oriente, de los ábsides hacia el Este como era costumbre desde la antigüedad y de la colocación del altar en función del principio universalmente asumido de orar mirando hacia el Este en la espera de la segunda venida de Cristo, es decir todos los participantes en los sagrados misterios, sacerdote y fieles, vueltos hacia el Señor como pueblo de Dios que camina hacia Él y no como una reunión cerrada en sí misma. Simplemente, ya en el interior, hacer mención de la desaparición de una clara diferenciación de las distintas partes de la estructura del templo incluida el presbiterio, la pérdida de los altares laterales y la desacralización del altar principal similar a cualquier mesa de comedor, y la descentralización del sagrario, bien colocado en lugar secundario bien ocultado por el sacerdote celebrante que siempre está delante.
 
Sumado todo ello a los abusos litúrgicos, tan denunciados por los últimos cuatro papas, no nos ha de extrañar que, antes y después de las celebraciones, el templo se convierta en un patio de vecindario donde el recogimiento y la oración personal se convierten en una imposibilidad fáctica. Nada invita a lo contrario. Entre entrar en una Iglesia acorde a la tradición arquitectónica y entrar en un edificio actual, aparte de la formación de la persona que influye en su capacidad de interiorización, existe una diferencia en la que entran en juego muchos detalles que llevan al fiel a recordar donde se encuentra o a olvidarlo inmediatamente. Por tanto, arquitectura anónima no porque el técnico no haya firmado el proyecto, sino porque si no es por una cruz en el exterior o porque sabes adonde vas poco te ayuda lo que contemplas a reconocer que estás en un espacio sagrado que, junto a otras e importantes consideraciones, eleve tu espíritu tan abocado en nuestra sociedad a lo rastrero.

 

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